lunes, 4 de junio de 2012

El yermo que somos nosotros


Andaba sobre la punta de sus pies, le intrigaba realmente que estaban haciendo allí, en ese sótano. El hogar era cálido a pesar de tener las paredes podridas en la humedad y el oxido, pero; ¿qué casa no estaba así por ese entonces?


Sus bocanadas de aire eran sordas y sus pisadas eran invisibles, avanzaba tan lento que hasta podría imaginar la reacción de la familia Smith si le encontraban allí, a hurtadillas por robar esa llave.


Llegó al dormitorio y agudizó sus sentidos, su propio instinto animal le guiaba para llegar al lado del caballero de camisa roja con vaqueros gastados, ese, que tenía la puta llave.


Lo cierto es, tampoco era la primera vez que hacía eso. Se había vuelto un aficionado muy fuerte a la hora de mencionar el acto de desplumar a alguien, no porque fuera una pasión o su trabajo, lo hacía cuando era simplemente obligatorio, cuando fuera algo de demasiado valor y muy difícil de conseguir.


Una vez con la llave en la mano el resto del camino se torno lento y ansioso, hasta que no pusiera la llave en el sótano no iba a estar tranquilo, esa tranquilidad era obligatoria para él, para su calma personal y para sus próximos sueños perdidos en el anhelo de un futuro posible.


La llave entro casi con vaselina, como si hubiera estado lubricada la cerradura, la giro y el leve "clic" le indico que ya era hora de ponerse en marcha para poder entrar al sitio de la intriga. Cogió una bocanada de aire y encendió su chesquero para hacer un leve haz de luz, la humedad de las paredes le causaban claustrofobia, era un camino angosto y de textura áspera.


Un olor salado se hundió en su nariz a unos escalones de llegar, un olor cálido, reciente podría llegar a decir. Se le hacía tan familiar, tampoco es que fuera un santo, estaba acostumbrado a todo tipo de cosas al caminar por el desierto de lo que era ahora el planeta. Aun así, sintió un leve sudor frío recorriéndole las entrañas de su propio ser, dentro de su corazón, sentía que las cosas no iban bien.


Cuando llegó al nivel del suelo, vio unas camillas muy mal iluminadas, el olor era más fuerte con cada paso que daba, independientemente de ya haber llegado a destino. Se tomo la nariz, era un olor espeso y casi metálico que rodeaba todo. La mala espina del "carroñero" aumentó de tamaño cuando vio un trozo de remera destrozada en el suelo. Capaz que es una mascota, algo que quieran ocultar de los vecinos, son demasiado gentiles y a fin de cuentas todos tenemos un muerto en el placard pensó. Su curiosidad y su determinación de la bondad y la maldad, duró hasta que movió la primera sabana que tuvo al alcance.


Su rostro palideció, él no era un santo, pero esto era demasiado fuerte, incluso para una persona empapada de realidad. Era una persona, mutilada brutalmente, con cortes precisos y las entrañas e intestinos tirados sobre la mesa. Le sorprendió la calidez de la mirada de esta persona ya muerta, lo que le anunciaba que el asesinato era reciente, eran cortes meticulosos, profesionales, a modo de no desperdiciar... ¿qué? Barrió la sala con la mirada y quedó frenado en una heladera de color plata que se encontraba allí. Este instrumento argento portaba dentro, sin lugar a dudas lo que quedaba de esta persona.


Sus piernas reaccionaron más rápido que él y para cuando quiso recordar ya estaba en la sala común, haciendo un barullo considerable. ¿Qué importaba? Pensó furioso por su estúpida curiosidad que nunca tenía un resultado bueno, que siempre llevaba a cosas así, sucesos evitables.


Al abrir la puerta, se encontró con algo que lo dejo aun más frío que lo que había visto abajo. La familia Smith en su totalidad, excepto el hijo menor estaba allí, mirándole con sus armas empuñadas. ¿Cuánto tiempo he demorado allí abajo? Él estaba seguro que habían sido solo unos segundos, la mala espina de su pecho aumentó ante una emboscada tan evidente. En un mundo oportunista esta familia de caníbales era más despiadada de lo permitido, eran el infierno real dentro del relato urbano y poco fiable del vecino. Él pasó de ser, el "carroñero" al "justiciero" y sonrió debajo de su gorra de pescador.


-Supongo que ya tenemos cena para esta noche- se limito a decir el señor Smith con su sonrisa de depredador.

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