lunes, 14 de mayo de 2012

Tiempos de reflexión (Día-Z)

Aún no recuerdo como comenzó todo, era una tarde fenomenal de un día de verano, disfrutaba con mis amigos y mi novia una velada estelar, el día de nuestro aniversario de novios. Tenía exactamente todo lo que una persona normal podría pedir, hasta que un infortunio desparramo las primeras gotas de terror del final de la humanidad.


Fue una suerte que supiera que era o; que mi paranoia me despertó los sentidos de un tiempo pagano, cuando jugaba a la computadora o leía cosas de ese genero. Una persona de tez platina se abalanzó encima de una mujer mayor y le sacó (literalmente) un trozo de su cuello para mostrarlo como trofeo delante de todos, la sangre coagulada de su dentadura estaba oculta en un mar negro de dudas. Un solo segundo, nada más valiente que eso.


Le tomé la mano bien fuerte a mi novia y comencé a arrastrarla dentro de la muralla de atletas contemporáneos, entre empujones e insultos avanzamos. Esquivamos muchas personas que eran devoradas por estas bestias que habían aparecido de la nada y algunos amigos, bienaventurados sean. Me pudieron seguir el paso, para lograr huir de forma cautelosa y repentina.


De repente, recordé todas las veces que hice el amor con ella, cuantas veces terminábamos en la cama, sucios e impugnados por nuestros líquidos sexuales. Pensando en un final los dos juntos de ancianos, algo que ahora parecía esfumarse. Esa fue la determinación que necesite cuando aún quedaban un par de coches estacionados en la rambla del Parque Rodo.


Me mire con Lukz (el único de mis amigos que estaba a mis espaldas en ese momento) y decidimos con una mirada de preocupación que era lo mejor. Dejé a mi novia aparte, lejos de toda esa violencia que estaba por presenciar. Vimos el Chevrolet Monza y nos subimos arriba de forma improvisada, el conductor intento defenderse. Eramos dos contra uno, lo sacamos a patadas y deje que Lukz manejara mientras tanto yo hacía las veces de copiloto de mi novia, de su corazón ahora ya perdido en el terror de tener esas criaturas detrás nuestro, se multiplicaban peor de lo imaginable. Ya habría unos cincuenta y cerca nuestro.
Allá a lo lejos, aparecieron dos amigos más, que haciendo señas delante nuestro, nos obligaron a frenar. El Pato y el die entraron casi en un susurro dentro de todo aquel barullo que Lukz dejó atrás acelerando bruscamente.


-Mierda, ¿viste eso Pela?- me preguntó el Pato con su voz nasal. Mire a través de los lentes como el terror estaba en su mirada, la virginidad que se perdió al tener contacto directo con la muerte. Yo estaba igual, solo era un reflejo de lo que veía en el espejo de mi mismo.
-¿Qué hacemos ahora?- indagó Agus entre sollozos perdidos en mi pecho.


Habían dos tipos de lideres: El bueno y el malo. El malo era ese que pensaba solo en su grupo y dejaba atrás a todos los que quisieran interponerse en el camino de su supervivencia, el bueno era el que intentaría avisar de este suceso a las autoridades y dejar que todo fluyera según su caudal natural.


-Vamos a tener que conseguir armas- dijo Lukz apagando el sonido del silencio. Nunca estuve más de acuerdo con él.
-En Colonia hay una armería muy buena. Si llegas a tiempo podemos apretar al dueño antes que vea que es lo que pasa y piense en dispararnos.
-Vamos entonces- termino la discusión él, dejando la autoridad de lado para tener la mejor suerte. Poder hacer otra cosa que torturarse con la pregunta obvia: ¿Qué mierda estaba pasando?

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